Recepcionista Humilla a Marco El Buki Sin saber que es el dueño del hotel…
Recepcionista humilla a Marco el buukiy saber que es el dueño del hotel. El reloj marcaba a las 5 de la tarde cuando un hombre de mediana edad con sombrero de ala ancha y lentes oscuros cruzó las puertas de cristal del lujoso hotel Real del Valle. Vestía con sencillez: jeans gastados, una chaqueta de mezclilla y una mochila al hombro. caminaba con paso sereno, observando cada rincón del lobby con una leve sonrisa, como si aquel lugar le fuera familiar, pero nadie parecía notarlo.
O peor, nadie lo reconocía. Detrás del mostrador, la recepcionista Valeria digitaba con rapidez, distraída, revisando reservas mientras hablaba por teléfono. Alta, elegante y siempre impecable, Valeria era conocida por su eficiencia y su actitud altiva. Para ella, las apariencias lo eran todo. Aquel hombre no inspiraba respeto ni atención. Parecía tal y a sus ojos un turista cualquiera, quizá uno sin muchos recursos. Buenas tardes saludó el hombre con voz suave. Tendrán una habitación disponible para esta noche. Valeria ni siquiera levantó la mirada.
Hizo una mueca de desdén y respondió con tono seco. ¿Tiene reserva? No. Decidí quedarme aquí a último momento. Finalmente lo miró. Sus ojos lo recorrieron de arriba a abajo. En silencio lo juzgó. Seguro es de esos que vienen a curiosear y no pueden pagar ni una noche, pensó. Aún así, forzando una sonrisa, tecleó algo en la computadora. Bueno, tenemos habitaciones estándar, pero son bastante caras, subrayó. ¿Estás seguro de que desea quedarse aquí? Marco Antonio Solís, mejor conocido como el Buy, no se inmutó.
Estaba acostumbrado a ese tipo de reacciones cuando iba incógnito. Había aprendido que a veces el verdadero rostro de las personas salía a la luz cuando creían estar tratando con alguien común. Y justo eso buscaba esa semana, vivir como un cliente más, sin privilegios, sin escoltas, sin fama. Sí, estoy seguro. Podría darme una habitación con vista al jardín si es posible. Eso cuesta más, aclaró ella con impaciencia. y necesita pagar por adelantado. “No hay problema”, respondió él sacando una tarjeta de crédito dorada.
Valeria la tomó sin ocultar su sorpresa. Observó el nombre en la tarjeta. Marco A Solís. Frunció el seño, intrigada. Le sonaba familiar, pero lo descartó. Debe ser coincidencia”, murmuró para sí y continuó el trámite. Mientras lo registraba, dos botones jóvenes pasaban cerca empujando un carrito de equipaje. Uno de ellos miró al huésped y entrecerró los ojos. Algo en su rostro le resultaba vagamente conocido, pero no se atrevió a decir nada. Marco le guiñó un ojo en silencio.
“Aquí está su llave”, dijo Valeria, entregándole una tarjeta magnética sin siquiera acompañarlo con una sonrisa. Piso 3, habitación 312. El ascensor está a su derecha. No contamos con servicio de acompañamiento para el equipaje, a menos que sea necesario. Marco asintió. No traía maletas, solo su mochila. Agradeció y se dirigió al elevador sin más palabras. Pero antes de entrar se giró brevemente para observar el lobby desde otro ángulo. El mármol brillante, los cuadros costosos en las paredes, los sillones de cuero importado.
Todo era exactamente como lo había diseñado meses atrás cuando decidió adquirir ese hotel para expandir sus inversiones. Sí, era su hotel, pero nadie lo sabía, o al menos no todavía. Al llegar a la habitación, dejó la mochila sobre la cama y se acercó a la ventana. El jardín iluminado por la luz dorada del atardecer era un oasis de paz. Pensó en cómo los empleados trataban a los clientes normales, en cómo una simple recepcionista podía marcar la diferencia entre una buena experiencia y una humillación silenciosa.
Sacó una libreta de su mochila y escribió algunas líneas. Valeria, recepcionista. Actitud altiva. Juzga por apariencias. No ofrece alternativas ni amabilidad. Suspiró. Aquella semana sería larga, pero necesaria. Tenía mucho por observar y aún más por aprender sobre su propio personal. Y aunque nadie lo sabía, el dueño del hotel Real del Valle acababa de registrarse como un desconocido más. A la mañana siguiente, Marco bajó temprano al comedor del hotel. Vestía la misma chaqueta del día anterior y un sombrero de ala caída que le cubría parte del rostro.
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