Durante doce años, supo que su marido le era infiel, pero jamás le había dicho una palabra. Lo quería, era una esposa ejemplar… hasta que, en su lecho de muerte, le susurró una frase que lo dejó petrificado y sin aliento: el verdadero castigo acababa de comenzar.
Durante doce largos años de matrimonio, Elena Ramírez guardó un secreto que jamás abandonó sus labios.
Para todos a su alrededor, encarnaba la imagen misma de una esposa devota: elegante, serena, casada con un respetado empresario. Vivía en una encantadora casa en Del Valle, criaba a dos hijos bien educados y llevaba una vida soñada. Pero tras esta fachada perfecta, su corazón no era más que cenizas.
La primera vez que descubrió la traición de Raúl, su hija menor acababa de cumplir cuatro meses.
Era una mañana gris y lluviosa en la Ciudad de México. Elena madrugó para preparar el biberón, pero notó que el lado derecho de la cama estaba vacío. Al pasar junto al escritorio de Raúl, se detuvo. La suave luz azul de la pantalla reveló el rostro de su esposo, una tierna sonrisa que le susurraba a una joven por videollamada.
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