Su hija desapareció en el baño de un centro comercial; dos años después, mientras caminaba por una playa de California, se detuvo al oír la voz de un extraño.
Emily corrió hacia adelante. “¡No! ¡No la toques!”, gritó.
La gente cercana se giró para mirar. Alguien gritó, preguntando si estaba bien. El hombre empezó a arrastrar a la niña hacia el estacionamiento. Emily corrió tras ellos, gritando pidiendo ayuda.
En cuestión de minutos, dos agentes que patrullaban la zona llegaron al lugar. Separaron a todos e intentaron calmar la situación.
Esperando la verdad
El hombre mostró su identificación: Daniel Cooper, residente de California. Dijo que el certificado de nacimiento del niño estaba en su auto. Los agentes le dijeron a Emily que esperara hasta que pudieran verificar su versión de los hechos.
Emily permaneció temblando, observando a la chica apretar el brazo del hombre. Cuando el policía le preguntó suavemente su nombre, la chica dudó. Miró al hombre y luego susurró:
“Mi nombre es Sarah.”
Era la respuesta correcta. Pero Emily vio algo, un destello de miedo, una mirada que no correspondía con su voz.
Los agentes decidieron llevar a todos a una comisaría cercana. Emily los siguió en su coche, agarrando el volante hasta que le dolieron las manos.
Pasaron las horas. Finalmente, el detective regresó con un rostro insondable.
—Señora Brooks —dijo en voz baja—, todavía lo estamos confirmando, pero… hay una gran posibilidad de que sea su hija.
La voz de Emily tembló. “¿Tal vez?”
“Lo sabremos mañana por la mañana.”
Esa noche, Emily se sentó bajo las brillantes luces fluorescentes, incapaz de cerrar los ojos. La esperanza y el miedo luchaban en su pecho.
“Es ella.”
Cuando el detective regresó a la mañana siguiente, ella lo supo antes de que él hablara.
“Es ella”, dijo. “El ADN es correcto. La chica que encontraron es Lily Brooks”.