Su hija desapareció en el baño de un centro comercial; dos años después, mientras caminaba por una playa de California, se detuvo al oír la voz de un extraño.
El día que todo cambió
Lo último que Emily Brooks recordaba de aquella tarde era el sonido del agua corriendo y la risa de su hija resonando en las paredes de azulejos del baño del centro comercial.
Era un sábado soleado en Santa Mónica , uno de esos días en que la brisa marina traía el olor a sal y protector solar al centro comercial.
Emily llevó a Lily , de siete años , a tomar un helado después de las clases de piano, prometiéndole que pasarían por la tienda de ropa a comprar algo bonito para su próximo cumpleaños.
El día parecía sencillo, normal, hasta que dejó de serlo.
En el baño, Emily ayudó a Lily a lavarse las manos pegajosas. Se giró un momento para coger una toalla de papel. Cuando volvió a mirar, Lily ya no estaba.
Al principio, Emily pensó que su hija había entrado en la cabaña. La llamó por su nombre y se rió nerviosamente. Luego, la risa se convirtió en gritos, y los gritos en pánico.
Más tarde, las imágenes de CCTV mostraron a Lily saliendo del baño, pero lo que sucedió después se convirtió en caos.
Una cámara capturó el borde de la manga de un hombre con una gorra de béisbol estirada. La imagen de otra cámara se recortó en el preciso instante en que Lily desapareció entre la multitud.
Dos años de silencio
La investigación consumió la vida entera de Emily. La policía registró cada rincón, entrevistó a todos los testigos e incluso vació una fuente cercana. Dos meses después, el rastro quedó destruido. Los teléfonos dejaron de sonar.
Su esposo, Mark, intentó ser fuerte, pero el dolor los separó. La primavera siguiente, se mudó.
Emily pasó los dos años siguientes viviendo como una sombra, atrapada entre la culpa y la nostalgia. Paseaba por el mismo centro comercial, visitaba los mismos baños y recreaba cada recuerdo que había visto.
Se unió a grupos de apoyo para padres de niños desaparecidos y se aseguró de que la habitación de Lily permaneciera intacta y que su mochila rosa aún estuviera colgada en la puerta.
Una canción muy conocida en la orilla.
Hasta que una tarde de finales de verano, todo cambió.
Emily caminaba sola por Venice Beach, intentando calmar sus pensamientos. El atardecer teñía el cielo de dorado y naranja, y el aire se llenaba de risas y música provenientes de los cafés cercanos.
Estaba a punto de darse la vuelta cuando vio a una niña jugando en la orilla, una figura menuda con las piernas cubiertas de arena y el pelo rubio recogido en una coleta. La niña tarareaba suavemente, construyendo un castillo de arena.
Emily se quedó paralizada. Esta melodía era la canción de cuna que Lily cantaba todas las noches.
Su corazón latía tan fuerte que le dolía. La niña se giró ligeramente, dejando al descubierto un pequeño hoyuelo en su mejilla izquierda.
Emily se quedó sin aliento.
“¿Lys?” susurró, su nombre temblando en sus labios.
La niña miró hacia arriba.
y sonrió.