Era su manera de reflexionar, de conectarse con lo profundo de sí mismo, pero el tarareo no pasó desapercibido. El hombre de la mesa sacó discretamente su celular y comenzó a grabar. Al enfocar el rostro de Marco, la duda se instaló en sus ojos. Miró el video y luego a su esposa. Y si es él, el buuki. No creo. ¿Qué haría aquí solo vestido así? ¿Y por qué no? Mira como canta. Es igual. En ese instante, Valeria apareció por la puerta del restaurante.

Había terminado su turno, pero pasaba a supervisar rápidamente los últimos detalles del día. Al ver a Marco sentado en la mesa del rincón, frunció el ceño. Le molestaba que ese huésped al que ella había juzgado como poco importante estuviera ocupando un espacio que consideraba exclusivo. Se acercó al metre con voz seca. ¿Por qué permitieron que ese hombre cenara aquí? ¿Tiene reserva? Claro, señorita Valeria, está registrado como huésped y pagó con tarjeta dorada. Es uno de los clientes más tranquilos que hemos tenido.

Valeria no quedó conforme. Caminó hacia la mesa de Marco sin saludar. Señor, disculpe, este restaurante es de acceso limitado para clientes con plan ejecutivo. ¿Podría indicarme si tiene ese tipo de plan? Marco alzó la vista calmado. No lo sé con certeza, pero nadie me lo indicó cuando hice el checkin. Me atendieron muy bien aquí. Debe haber sido un malentendido. Para la próxima le recomiendo cenar en la cafetería del lobby, que es más adecuada, dijo enfatizando la última palabra.

El silencio se hizo tenso. El grupo de la mesa del fondo observaba todo con atención. Uno de ellos incluso grababa en silencio lo que ocurría. Marco no respondió de inmediato, lo pensó unos segundos, luego sonrió. Gracias por la sugerencia, pero me sentí muy cómodo aquí esta noche. La comida es excelente y el personal muy amable. Valeria se mordió los labios. No esperaba una respuesta tan elegante. Sin decir más, giró sobre sus tacones y se alejó molesta. No podía entender por qué ese hombre, que a su juicio no tenía clase ni presencia, despertaba simpatía entre los empleados.

Mientras tanto, en la mesa del fondo, la pareja decidió subir el video que habían grabado a sus redes sociales. Lo titularon El Buuki canta en un restaurante incógnito. No sabían si era él, pero estaban seguros de que se parecía demasiado. En cuestión de minutos, el video empezó a recibir comentarios y compartidos. Algunos fans confirmaban, “Claro que es Marco Antonio Solí”. Otros aún dudaban, pero el video comenzaba a viralizarse sin control. Marco terminó su café, agradeció al camarero y se levantó con calma.

Caminó por el restaurante como si nada hubiera ocurrido, sin saber que su rostro estaba recorriendo miles de pantallas en ese mismo momento. Ya en su habitación, encendió la televisión sin prestar mucha atención y se tumbó en la cama. Revisó su libreta, escribió unas últimas líneas del día. La soberbia ciega. La humildad abre los ojos de quienes saben mirar. Hoy una canción despertó la verdad, aunque aún nadie sepa del todo quién soy. Mientras el mundo digital comenzaba a arder en conjeturas sobre su identidad, Marco dormía tranquilo, ajeno al revuelo que su voz había provocado.

Pero el destino ya se movía y pronto su presencia en el hotel dejaría de ser un misterio. La mañana siguiente amaneció con un aire diferente en el hotel Real del Valle. Aunque el ambiente seguía sereno como siempre, algo invisible parecía moverse entre los pasillos. El rumor comenzaba a tomar forma como una corriente subterránea que crecía en silencio, lista para explotar. En la recepción, Diego, el joven amable del turno nocturno, llegaba para iniciar su jornada cuando notó algo inusual.

Su celular vibraba sin parar. Al revisarlo, descubrió una avalancha de mensajes. Tú trabajas en ese hotel, ¿verdad? Mira, ¿esto es real? No puede ser, es Marco Antonio Solís. Abrió uno de los enlaces y ahí estaba el video grabado la noche anterior. Marco sentado junto al ventanal del restaurante tarareando suavemente con su sombrero inclinado y la mirada profunda. Aunque la calidad no era perfecta, la voz era inconfundible. Era él. Diego no lo podía creer. Lo había atendido varias veces en recepción y nunca imaginó que aquel hombre tan sencillo fuera el bui.

Con el corazón acelerado volvió a mirar el video. Más abajo los comentarios estallaban. Esa voz no se confunde con ninguna otra, solo él canta con esa melancolía. [Música] No entiendo por qué estaría en un hotel como cliente común. ¿Será que estaba probando algo? Mientras tanto, en otra parte del hotel, Valeria revisaba sus correos cuando escuchó a dos camareras hablando en voz baja cerca de la cafetería. Dicen que es él de verdad. ¿Te imaginas? Y si es dueño del hotel.

Sh, que Valeria nos puede oír. Ella se acercó con el seño fruncido. ¿De qué están hablando? Las empleadas se sobresaltaron. Una de ellas, nerviosa soltó. de de un video que está circulando, señorita. De un cliente. ¿Qué cliente? La otra más valiente sacó el celular y le mostró el video. Valeria lo miró con escepticismo. Al principio no reconoció el rostro del hombre sentado en el restaurante, pero cuando lo escuchó cantar, su rostro cambió de color. “No puede ser”, murmuró.

Reprodujo el video de nuevo, luego una tercera vez. Era él, Marco Antonio Solís, el hombre a quien había tratado con condescendencia, a quien había desplazado del comedor, juzgado por su ropa y cuestionado su presencia en las instalaciones. El mundo se le vino abajo en cuestión de segundos. La tensión subió aún más cuando el gerente del hotel, el señor Herrera, recibió una llamada urgente de la cadena administrativa. Querían saber si era cierto que Marco Antonio Solís, uno de los mayores artistas de Latinoamérica y además socio mayoritario silencioso del hotel estaba allí.