No quiero que sea una limosna disfrazada de oportunidad. Tiene que mantener la dignidad de las personas. Rafael laentía apreciando profundamente ese enfoque. La dignidad es precisamente lo que muchos programas similares olvidan. Creen que con dinero basta, pero a veces las condiciones son tan humillantes que preferiríamos seguir luchando solos. Cuéntame más sobre eso”, pidió Martina, dejando los papeles a un lado y prestando toda su atención a Rafael. Él dudó un momento antes de compartir. En mi primer año de carrera solicité una beca perfecta.
Cubría la matrícula completa, pero requería asistir a eventos como ejemplo de superación. Su voz adoptó un tono amargo. Me pedían que contara mi historia una y otra vez, como si fuera un espectáculo inspirador para gente rica que quería sentirse bien consigo misma. Martina sintió una punzada de vergüenza, preguntándose si ella misma habría aplaudido en uno de esos eventos, ignorante del costo emocional para personas como Rafael. “¿Qué hiciste?”, preguntó suavemente. “Rechacé la beca”, respondió él con sencillez. “Preferí trabajar horas extra y estudiar menos.
Mi dignidad no estaba en venta. Aquellas palabras quedaron flotando en la habitación, cargadas de verdad y desafío. Este programa será diferente, prometió Martina con renovada determinación. Lo construiremos juntos con respeto real por quienes se esfuerzan por cambiar sus circunstancias sin renunciar a quienes son. Durante esas reuniones que se extendían muchas veces hasta el anochecer, Martina comenzó a compartir fragmentos de su propia historia. Le contó a Rafael cómo había abandonado su sueño de estudiar medicina cuando su padre enfermó gravemente y la empresa familiar amenazaba con hundirse.
Era la única que podía salvarla, explicó una tarde mientras contemplaban la puesta de sol desde la terraza a medio construir. Mi padre había dedicado su vida a construir algo que daba trabajo a cientos de familias. No podía permitir que todo eso se perdiera. ¿No tenías hermanos que pudieran asumir esa responsabilidad?, preguntó Rafael. Martina negó con la cabeza. Mi hermano Javier eligió un camino diferente. Vive en Sudamérica, dedicado a causas humanitarias. Admiro lo que hace, pero significó que toda la responsabilidad recayera sobre mí.
Rafael la observó con una nueva comprensión. Así que también renunciaste a un sueño por responsabilidad. Martina sonrió con cierta melancolía. Supongo que tenemos más en común de lo que parece a simple vista. Esa noche, cuando Rafael llegó a su pequeño apartamento en un barrio obrero de Valencia, encontró a Diego dormido en el sofá con los deberes de matemáticas aún esparcidos sobre la mesa. Su vecina Carmen, una anciana bondadosa que lo ayudaba cuidando al pequeño cuando sus horarios se complicaban, estaba tejiendo silenciosamente en una esquina.
Ha intentado esperarte despierto”, susurró Carmen con ternura. “Quería mostrarte su dibujo.” Rafael observó el papel que descansaba junto a los cuadernos. Un dibujo infantil, pero cuidadoso de dos figuras, una grande y otra pequeña, frente a lo que parecía un hospital. “Dice que será doctor como tú”, explicó Carmen. Aquellas palabras provocaron en Rafael una mezcla de orgullo y angustia. Tomó a su hijo en brazos con delicadeza, sintiendo su respiración acompasada contra su pecho mientras lo llevaba a su habitación.
¿Crees que lo lograré, Diego? Murmuró en la penumbra acariciando el cabello de su hijo. ¿Crees que tu papá podrá convertirse en médico algún día? La pregunta quedó flotando en la oscuridad, como tantas otras dudas que lo asaltaban en los momentos de soledad. A la mañana siguiente, mientras se preparaba para otro día de trabajo físico extenuante, seguido de horas de estudio, Rafael reflexionó sobre su creciente cercanía con Martina Valverde. Intentaba convencerse de que su relación era estrictamente profesional, que el programa de becas era lo único que los unía, pero en su interior sabía que había algo más, una conexión que trascendía sus evidentes diferencias.
Papá, ¿por qué sonríes? Preguntó Diego mientras desayunaban. Rafael se sobresaltó, sorprendido de haber sido tan transparente. Estaba sonriendo. Sí, mientras mirabas por la ventana, afirmó el niño con esa aguda percepción infantil que a menudo desconcertaba a Rafael. ¿Estás feliz? Una pregunta simple que requería una respuesta compleja. Creo que estoy esperanzado, respondió finalmente. Es por el programa de becas del que me hablaste. En parte, admitió Rafael, si funciona, podría ayudar a muchas personas como nosotros. Diego asintió con seriedad, como si comprendiera perfectamente el peso de aquellas palabras.
La señora Rica es buena, ¿verdad? La señora Rica, la dueña de la casa grande que estás construyendo, la que te ayuda con las becas. Rafael se sorprendió de que Diego hubiera conectado los puntos tan claramente. Sí, es diferente a lo que imaginaba. ¿Te gusta?, preguntó Diego con la desconcertante franqueza de los niños. Rafael se atragantó con el café y tosió varias veces antes de poder responder. Es mi jefa, Diego, y alguien con quien trabajo en un proyecto importante.
Pero te hace sonreír, insistió el niño. Salvado por el reloj, Rafael evitó responder señalando la hora. Vamos a llegar tarde. Rápido, termina tu desayuno. Mientras llevaba a Diego a la escuela, las preguntas inocentes de su hijo seguían resonando en su mente. ¿Qué estaba permitiéndose sentir exactamente? ¿Qué futuro podría haber para un sentimiento nacido entre mundos tan dispares? En la obra, Martina había comenzado a visitar con una frecuencia que ya no podía justificarse solo por el avance de la construcción.
Los trabajadores intercambiaban miradas cuando ella aparecía y buscaba casualmente a Rafael para consultarle algún detalle sobre el programa de becas. Tu jefa parece muy interesada en tu opinión”, comentó Francisco el capataz con una sonrisa maliciosa mientras veían a Martina alejarse después de una de sus conversaciones. “Es solo por el programa”, respondió Rafael automáticamente. “Claro, y yo soy el rey de España.” Se burló Francisco. “Ten cuidado, Rafa. Las mujeres como ella juegan en otra liga. Pueden permitirse experimentar con tipos como nosotros.
Pero al final siempre vuelven con los de su clase. Las palabras de Francisco, aunque crudas, reflejaban un temor que el propio Rafael albergaba. Sin embargo, algo en su interior le decía que Martina era diferente, que la conexión que estaban formando iba más allá de una simple curiosidad pasajera. Esa misma tarde, durante una de sus reuniones, Martina percibió que Rafael estaba inusualmente distante. “¿Sucede algo?”, preguntó directamente, cerrando la carpeta de documentos que estaban revisando. Rafael consideró evadir la pregunta, pero optó por la honestidad.
“Me pregunto, ¿qué estamos haciendo realmente, Martina?” Era la primera vez que la llamaba por su nombre de pila, sin el formal señora Valverde, que había mantenido como una barrera invisible entre ellos. Martina sintió que algo se estremecía en su interior ante esa pequeña pero significativa intimidad. “Estamos creando un programa de becas”, respondió sabiendo que esa no era toda la verdad. ¿Es solo eso? Sus miradas se encontraron cargadas de preguntas no formuladas y sentimientos no confesados. No, admitió Martina finalmente.
Creo que ambos sabemos que hay algo más, algo imposible, añadió Rafael con una mezcla de resignación y desafío. Imposible. Martina se acercó ligeramente. He pasado toda mi vida enfrentándome a lo que otros consideraban imposible. La empresa de mi padre estaba al borde de la quiebra cuando la asumí. Todos decían que era imposible salvarla, especialmente para una mujer joven sin experiencia en el mundo empresarial. Esto es diferente, insistió Rafael. No se trata de negocios o de voluntad. Se trata de mundos que nunca fueron diseñados para encontrarse.
Martina lo miró intensamente. Quizás sea hora de rediseñar esos mundos. Aquella frase quedó flotando entre ellos como una promesa o quizás un desafío. La verdadera prueba para su incipiente relación llegó inesperadamente una semana después, cuando Diego enfermó gravemente. Rafael recibió la llamada de la escuela en medio de su jornada laboral. Su hijo tenía fiebre alta y necesitaba atención médica urgente. Martina, que casualmente estaba en la obra ese día, notó su expresión de pánico mientras hablaba por teléfono.
¿Qué sucede?, preguntó cuando Rafael terminó la llamada. Diego está enfermo, debo irme inmediatamente”, respondió ya quitándose los guantes de trabajo. “Te llevaré”, ofreció Martina sin dudarlo. “Mi coche está aquí y llegaremos más rápido.” Rafael quiso negarse, mantener su independencia como siempre había hecho, pero la preocupación por Diego superaba su orgullo. Asintió brevemente. El trayecto hasta la escuela transcurrió en un silencio tenso, roto solo por las indicaciones de Rafael. Cuando llegaron, la directora los recibió con evidente sorpresa al ver a Martina Valverde, una de las mujeres más poderosas de Valencia, acompañando al padre de un alumno.
Diego estaba en la enfermería, su pequeño rostro enrojecido por la fiebre. Al ver a su padre, extendió los brazos con debilidad. Papá”, murmuró, “me duele todo. ” Rafael lo tomó en brazos, su corazón comprimiéndose de angustia. Tocó su frente, alarmándose por la temperatura elevada. Sus conocimientos médicos, aunque aún incompletos, le decían que esto requería atención inmediata. “Necesitamos llevarlo al hospital”, dijo volviéndose hacia Martina. Ella asintió, ya sacando las llaves de su bolsillo. “Vamos. En el hospital, la presencia de Martina abrió puertas que normalmente habrían permanecido cerradas.
Continúa en la página siguiente⏭️